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El Pombero

Si no entendé, te ess-plico!!!

Esta vez vamo-asé un poco distinto y vo me va-entendé: resulta que encontré este texto que es una verdadera maravilla y no puedo dejar de publicar. Le dije a lo-vago de Contessto y no me dieron bolilla porque es muy largo y entonces yo me dije, lo viá publicá yo y ojalá sirva para pensar un poco.
No puedo dejárr de mencioná que el cura es rrre capo el vago porque me puso arriba en su listado, pero vamo a verr si me mantiene. Che curita, y si hacemos una lista de los que no colaboran? Vo-te animá a mandarr una lista y yo hago como qué fui yo mismo el que escribió y le metemos a verr si colaboran?
Te viá decir algo nomás: casi me muero el otro día en la misa, cuando me agradeciste: la verdá que me puse tan colorado que pensé que se iba a darr cuenta, igual que esos que juegan al fulbo allá, en la canchita esa, y que hablaban mal de la revista, júss-to delante mio, je je je: pero bueno, no aprenden más, no aprenden. A vos, que te escandalizaste con los amores prohibidos, dejá pué de jodé y fijate si entendés algo de lo que dice acá. Vo leé que mientras tanto yo viá pensá porqué no escribieron “bienvenido” en guaraní en la entrada del club de Pesca. Si no saben, pedile al caraí escritor ese que salió en la revista pasada (ah, también me enteré que el suavecito ese de la entrada, el de los claritos, el de la sanagoria cumplió años estos días: vo te enteraste si hubo fiesta, si sopló la velita? ).

Pero vamo a lo imporr-tante: el tessto que encontré dice así: Selección de pequeños fragmentos de textos zapatistas, cortos textos que fueron escritos en los primeros años de la lucha. Ya llevan diez años y estos breves son un ejemplo de lo que se sentía, escribía y vivía en el sureste mexicano cuando recién comenzaban. Hoy están dando la vuelta al mundo.
Instrucciones zapatistas, para…

…cambiar el mundo

I. Constrúyase un cielo más bien cóncavo. Píntese de verde o de café, colores terrestres y hermosos. Salpíquese de nubes a discreción. Cuelgue con cuidado una luna llena en occidente, digamos a tres cuartas sobre el horizonte respectivo. Sobre oriente inicie, lentamente, el ascenso de un sol brillante y poderoso. Reúna hombres y mujeres, hábleles despacio y con cariño, ellos empezarán a andar por sí solos. Contemple con amor el mar. Descanse el séptimo día.

II. Reúna los silencios necesarios. Fórjelos con sol y mar y lluvia y polvo y noche. Con paciencia vaya afilando uno de sus extremos. Elija un traje marrón y un pañuelo rojo. Espere el amanecer y, con la lluvia por irse, marche a la gran ciudad. Al verlo, los tiranos huirán aterrorizados, atropellándose unos a otros. Pero... ¡no se detenga!... la lucha apenas se inicia.

Definiciones. El Mar: Es ancho y húmedo, salado. Se mira siempre de frente y con entereza. Al final uno sale limpio e invencible. Amar sigue siendo difícil... andar también. En el mar hay muchas cosas, pero sobre todo hay agua, agua, siempre agua. Recuerde: no hay sed que se la beba...
El poeta: Sus primeros poemas son siempre maldiciones (los que siguen también). Se enamora seguido y cae con la misma frecuencia. Se levanta despacio sobre papel y tinta. Por reír mejor llora. Está en peligro de extinción. El viento: El verdadero capitán del mundo. Dirigiendo polvo y caminos se divierte con nosotros y, dicen, no lo pasa tan mal.

…para olvidar y recordar: Sáquese despacio ese amor que le duele al respirar. Sacúdalo un poco para que despierte. Lávelo con cuidado, que no quede ni una sola impureza. Limpio y oloroso proceda a doblarlo tantas veces como sea necesario para tener el tamaño de la uña del dedo gordo del pie derecho. Espere el paso de una hormiga, ser noble y generoso, y pásele la pesada carga. Ella lo llevará a guardar en alguna profunda caverna. Hecho esto, vaya y rellene, por enésima vez, la pipa de tabaco frente al mar de oriente. El olvido llegará conforme se termine el tabaco y el mar se acerque a usted. Si quiere recuperar ese amor que ahora olvida, basta escribir una larga carta hablando de viajes desconocidos, hidras, molinos de viento, oficinas y otros monstruos igualmente terribles. A vuelta de correo tendrá su amor tal y como lo envió, acaso con un poco de polvo y sueño en la cubierta...

…para seguir adelante: Frente a un espejo cualquiera, dese cuenta de que uno no es lo mejor de sí mismo. Pero siempre se puede salvar algo: una uña por ejemplo...

…para mi muerte: Los que ahora dicen -¡Qué malo es!-, dirán entonces -¡Qué bueno era!-. Y yo me iré sonriendo, burlándome siempre de ellos, es decir, de mí.

…para enamorarse: Elija una mujer cualquiera. Ponga cuidado en alguna parte de su cuerpo (de ella) y empiece a amarla. Aumente poco a poco su amor hasta completarla. Hecho esto, desenamórese rápidamente, ya que el amor provoca adicción.

…para no llorar: "Que mientras quede un hombre muerto, nadie se quede vivo. Pongámonos todos a morir, aunque sea despacito, hasta que se repare esa injusticia”, (Roberto Fernández Retamar). Sobre su muerte nos fuimos levantando. Fueron primero cinco nombres cayendo uno a uno, y juntos, en nuestra memoria. Luego vinieron a sumar su sangre otros nombres. Ya nos desgajábamos cerro abajo y la sangre junta justa de otros más, nos devolvieron arriba. Más, en tiempos distintos, con celo juntaron toda esa sangre en la suya propia para que no se perdiera río abajo. Seguimos caminando sin mirar muy lejos y algunos más destaparon el cofre de laca para reabrir nuestra memoria, y nos obligaron a levantar la vista con su sangre. Siempre sobre su muerte nos fuimos levantando. Y así cada uno va poniendo su cuota de sangre para que otros se vayan levantando, hasta que todos de pie pongamos un nuevo sol sobre una tierra nueva.

…para hacer una canción: Inicialmente no es forzoso saber las notas, las rimas y ritmos. Basta con empezar a tararear alguna vieja tonada que recuerde. Repítala hasta que nada tenga que ver con la original. La letra es lo de menos, porque poemas sobran. Pero, por las dudas, cuide que nadie lo escuche... críticos también sobran...

…para tenerse lástima: Pobrecitos de nosotros, tan pequeños y con toda la revolución por hacer.

…para tener éxito: Decida escribir un libro. Junte varios recuerdos (mínimo 16). Escriba un largo prólogo y, en las pocas páginas que queden, amontone los recuerdos. El índice no es necesario. Después cruce a nado el Atlántico y conquiste Europa. El libro se venderá como pan caliente.

…para despedirse: No mire hacia atrás. Suele bastar con eso...

…para medir el silencio: Basta con los suspiros. Pero no los cuente, el resultado suele ser desalentador.

…para las lágrimas: Forme un cuenco con las manos, deposite las lágrimas una a una. Lleno el cuenco, vacíelo en un paraje extraño y forme tantos mares como sea necesario. Bautice los mares con nombres apocalípticos y hermosos. Evite las obviedades como "Mar Amargo" y "Mar de las Penas y los Gozos". "Mar Árbol", "Mar Sol", "Mar Sombrero" y nombres parecidos son los más indicados.

…para medir amores: Encienda la pipa y siga caminando. Recoja, con cuidado, algunos de los besos más olvidados, algunos mechones de cabello, 2 ó 3 miradas, uno que otro recuerdo de pieles blancas y morenas, un poema roto y una suela de zapato (ésta última para darle consistencia al brebaje). Revuelva todo y sazone a discreción. Divida el resultado entre 2 tantas veces como sea necesario, hasta que no quede nada.

…para caer y levantarse: Siga caminando, cuando se dé cuenta ya estará de nalgas en el suelo, en esa posición
incómoda que tienen los muñecos para estar nomás. Acto seguido procede una larga y obstinada reflexión sobre la conveniencia de quedarse ahí en el suelo. Pero ya se alejan los compañeros y la picada está lejos de parecer un claro camino, claro. Tampoco es cuestión de quedarse ahí toda la vida, con el lodo llenándome el alma y la mochila, así que llega el momento de levantarse, situación difícil e impredecible en sus resultados. Tal vez es mejor seguir en el suelo y arrastrarse poco a poco, pero, además de ser poco estético, es impracticable (creánme, lo he probado), siempre habrá alguna raíz oculta o una espina que nos retenga, y entonces nueva reflexión sobre lo cómodo que se puede estar sentado en el lodo, no obstante mosquitos, moscos y moscardones. Decidido ya a levantarse, que siempre es lo más difícil, procede esa complicada operación que consiste en apoyarse en manos y rodillas de dond e fuere y tratar de poner el pesado caparazón sobre la espalda (tan sencillo, y pesado, que es llevar la casa a cuestas: apenas un plástico y una hamaca. Pero la mochila se obstina en llevar otras cosas absurdas: algunos libros de poemas, un poco de ropa, un calcetín sin su par, la medicina para el mundo, comida, una húmeda cobija... El conjunto de la carga pesa toneladas (sobre todo después de las primeras horas de caminata) y tiende a atorarse cada que le viene en gana, es decir, casi siempre). Ya tortuga boca abajo sigue poner un pie y alzarse sobre el otro, con la consiguiente protesta de las rodillas, el horizonte entonces se ensancha y siempre será ajeno. Con la mirada en el suelo se reemprende la marcha hasta la nueva caída, que será apenas unos pasos adelante. Y la historia se repite..."

…para medir desamores: Basta el rencor y, finalmente, no vale la pena.

…para medir la vida: Se toma cordel a discreción y se empieza a meter en el bolsillo derecho del pantalón hasta que ocurra una de dos cosas:
A) Que el bolsillo se llene de cordel.
B) Que se canse uno de estar metiendo el cordel en el bolsillo.
Cuando ha ocurrido una de las dos cosas arriba señaladas, o las dos, espere una tarde lluviosa. Justo cuando la lluvia empiece a titubear en caer o no sobre la tierra, saque el cordel y arrójelo hacia arriba, lo más alto posible, con un elegante ademán de mago y, simultáneamente, murmure las siguientes palabras: "Veo, mido, existo, la vida". Si se han seguido las instrucciones al pie de la letra, el cordel permanecerá en el aire, suspendido por unos instantes, antes de volver a tierra en un manojo de hilos. Ahí tiene usted la medida de un pedazo de vida. Si, no obstante haber seguido las instrucciones, el cordel no responde como arriba indicamos, no se preocupe y pruebe con otro cordel. Sucede que hay cordeles que se niegan, con desconcertante obstinación, a medir la vida de nadie (bastantes problemas tienen con amarrar botas, zapatos y otras cosas absurdas, dicen).

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